sábado, 2 de octubre de 2010

EL ESCRITOR


El poder inexorable de la palabra me ha llevado a pensar en tantas cosas. Simplemente puedo darle continuidad y perpetuidad a mi pensamiento, plasmándolo en algún escrito. Que si bien no dure siglos podría durar muchos años y llevar mis frases durante varias generaciones. Logrando decirle a una generación, en la cual tal vez los vehículos anden suspendidos en el aire porque la tierra estará inservible de tantos huecos abiertos buscando los minerales existentes y los que aparecerán.
El sol está oculto detrás de unas nubes gigantes, que prometen una lluvia de esas que parecen que el cielo se fuera a caer y la tierra  se convierte en el curso de un rio inexplorado, trato de concentrarme en escribir algo por largo rato espero que esa nube que oculta mi inspiración se disipe y puedan aflorar mis ideas. Finalmente comienzan a salir las palabras una a una con dificultad y sin ninguna prisa; me irrito y decido salir al patio de atrás para ver si consigo relajarme. Desde hace algunos años decidí que después de haber escrito algunos libros, los primeros de éxito y los siguientes de poco calado, podría dedicar mi vida simplemente a escribir y hoy día me doy cuenta de que cometí el más grave error de mi vida queriendo convertir una pasión en un trabajo, ahora me da gracia  el yo que pensó eso en aquel momento.
Madurando algunas ideas he llegado a la conclusión muy personal de que en cada momento de nuestras vidas somos las mismas personas pero con un yo diferente que se van formando con candela y  agua amoldándose al entorno de ese momento, tal vez en un tiempo somos un yo altamente productivo, pero de pronto un día amanecemos diferentes tal vez físicamente también tengamos algo diferente. 
Mi historia comienza cuando un tiempo en que estuve desempleado, conseguí un trabajo en el cual  los requisitos era persona emprendedora con disponibilidad inmediata,  sin problemas para viajar y durar cierto tiempo en varias partes del país,  ya que la empresa tenía cierta cantidad de  sucursales a nivel nacional. Por un momento dude en aceptar, pedí permiso al que me entrevistaba para salir a tomar un café y pensarlo bien, cuando llegue al negocio me di cuenta que solo tenía para el pasaje, de inmediato me devolví y le dije al Sr. Francisco
-          Acepto el trabajo.
 Este me miró, dejando salir una leve sonrisa y  comento:
-  Ese café ha sido uno de los más rápidos que he visto en mi vida. Bueno en conclusión comienza a trabajar el lunes, le daremos un curso introductorio y algunos tips, lo esperamos a las 8 a.m.
 Aquel hombre de aspecto bromista, transmitía confianza, aunque su  calvicie y grandes ojeras  daban ya una descripción del trabajo.
Para ese jueves no hubo a quien no le dije de mi círculo de allegados que comenzaría en un nuevo empleo, mis amistades me preguntaban en qué consistiría mi labor, respuesta que esquivaba, porque yo tenía la misma interrogante que ellos ¿qué carajo iba hacer? Saliendo las hipótesis frecuentes de un hombre que ha sufrido la sobredosis de los días de ocio sin trabajo,  viendo toda clase de películas, desde la más famosa, pasando por las intermedias, llegando a las de producción nacional que grava algún aficionado con una cámara digital fotográfica de 10 mega pixel.
- Y si esta gente son narcotraficantes y por eso quieren que viaje por todo el país sirviendo de mula.
 Esto me asustaba pero igual debía esperar al lunes.
 Hice mi ritual del recién empleado venezolano, pedí dinero prestado para invitar  algunas amistades a degustar conmigo, los espumosos néctares de la cebada fermentada, que con dos grados bajo cero saben a gloria. Nadie ha instaurado este ritual en papel pero muchos lo hemos cumplido, esa debe ser la primera deuda pagada, la de la celebración.
 El domingo prepare  todo para el primer día,  cuando se acercaba cualquier persona que en ese momento veía como el diablo tentándome a tomar un trago, le contestaba con un rotundo ¡NO¡  de San Francisco de Asís evitando el pecado.
Llegó el lunes la hora de despertar de un trabajador responsable es las cinco y treinta,  tome café, busque en la gaveta el escapulario que me regalo mi madre el viernes santo de la semana santa pasada, lo eché a mi bolsillo izquierdo del pantalón porque allí es donde hace efecto, casi seguro de que si yo no podía con una tarea asignada el saldría a mi salvación. Tome el metro; de inmediato me puse en contacto con los demás trabajadores entre el sudor de unos, las risas de otros y el ceño fruncido de los que ese año no se pudieron comprar el carro con los ahorros por la devaluación monetaria, pero yo iba concentrado en mi labor que comenzaba ese día.
Cuando estoy repasando todo lo que debía llevar mentalmente me decía:
- almuerzo, bolsito de almuerzo que me prestó mi hermano, reloj prestado  ya que da buena imagen, pantalón impecablemente planchado, camisa manga larga con las mangas recogidas hasta el codo para dar impresión de que a lo que saliera le metería el pecho.
 Cuando de pronto recordé la cara del señor Francisco con todos sus gestos diciéndome el lunes empiezas un curso,  y entre el gentío se me salió un grito de dolor:
-          Perro se me olvido cuaderno y lápiz.

            La gente que no estaba muy en lo suyo, se voltio a verme, una linda chica que estaba sentada frente de mi se quedo viéndome con una sonrisa y un brillo en los ojos que me enamoraron,  pero no había tiempo para el amor, debía bajarme en esa estación, volver a casa a buscar papel y lápiz, de no llevarlo qué pensarían de mi. La operación se completo sin dificultad pero cuando volví al metro, parece que todo el mundo se había regresado, sumándose  los que llegaban en ese momento, ¡Bárbaro¡ no sé donde vive tanta gente. Comencé a introducirme entre unos y otros con la agilidad de una serpiente, de cuando en cuando era frenado porque mi almuerzo se enganchaba en el reloj de un desconocido, el que con un ademan de molestia y cara de gladiador en plena lucha lo soltaba, dejándolo caer fuertemente transmitiendo en ese gesto la furia que sentía, pero eso no me intimidaba debía llegar a Plaza Venezuela lo antes posible, ya el retraso era un hecho.

A las 7 y 30 estaba entrando por la puerta de la oficina sumamente sudado,  en mi cara se notaba que estaba algo turbado después de haber atravesado la ciudad, en la lombriz que nos traga en nuestro inicio escupiéndonos en el destino deseado; la secretaria una muchacha flaca  casi hasta desaparecer, con aparatos de corrección en sus dientes de color rosado,  para hacer juego con sus lentes de pasta del mismo color, me recibió dándome los buenos días y me dijo:

- Pasa que el jefe llega como a las ocho aprovecha de desayunar.

 Me acorde que se me había olvidado el desayuno, estaba descontrolado no volvería hacer el ritual del desempleado el sábado, debía guardar mas días de reposo para tener  la mente en situación. Abrí mi almuerzo tome una taja con queso del pabellón arreglado por la señora Lulú que a esa si no se le escapaba nada.
Al fin llego el jefe con una vestimenta que si nos hubiésemos puesto de acuerdo no fuera sido tan pareja, me saludo con un estrechón de manos que me puso nervioso porque entre la fuerza imprimida a la mano, la sonrisa y los ojos con un brillo intenso de asesino en serie;  me parecía que nadie antes había tomado el empleo que yo acepte bajo la presión de mi bolsillo.
El curso me dio luces de lo que se trataba el trabajo,  no era mayor cosa sino mas que servir de gerente de la empresa de seguridad, en donde me enviaran, debía tratar con personas que serian subordinados a mí y cuidar instalaciones de otras compañías en todo el país, me pareció fácil , cuando empecé a viajar fue divertido y apasionante la carretera que nunca había visto, la casilla de boletos en el terminal de la bandera donde unos meses atrás  ni siquiera hubiese pensado en comprar un ticket,  para tal  o cual destino. 
   Transcurría en mis veintitrés años para aquel entonces, sin esposa sin hijos simplemente mi maleta mi escapulario y yo para lo que viniera, por supuesto que en mis espaldas iban las bendiciones de toda mi familia.
Pasaron uno, dos, tres años la paga no era muy buena, pero se podía vivir de forma modesta, en realidad ya no me importaba el dinero, cada supervisión era una aventura, tres, seis u ocho meses en un sitio nuevo con gente nueva, nuevos sitios nocturnos, en una noche linda tal vez un rato de amor con alguna bella joven que se dejaba convencer por el hombre que se hace interesante de tanto viajar.
Un día estando en Carcas, cuando ya me había vuelto un excelente supervisor, me dieron como tarea ir al cliente más alejado, una agropecuaria donde se cuidaban varias hectáreas repletas de ganado. Debía llegar  a un pueblo llamado Samariapo luego de un viaje que decían era de día y medio.
Subí  el autobús en el terminal de la bandera que solo me llevaría hasta Puerto Ayacucho,  desde donde buscaría la manera de llegar al  pueblo que empezaba por S, se me olvidaba el nombre,  en varios intentos por recordarlo decía Smalville riendo solo por mi ocurrencia.  La risa me duro lo que duro el aire acondicionado del bus que fue hasta las once de la noche, después de que cayó un chorro de agua fría por los ductos de ventilación, mojando de cabeza a pies a una señora con su hijo pequeño y al esposo. Jamás imagine presenciar una seguidilla de calamidades parecida a las anunciadas por los canales extranjeros cuando hablan de los últimos días de la tierra. Luego del agua, el respectivo ataja perro entre los choferes y los afectados que termino cuando el chofer auxiliar se levanto de su puesto de copiloto con unos zapatos con la punta levantada, el pantalón negro  de ruedos cortos arremangado un poco que casi lo convertían en un bermudas, su camisa apretada que dejaba asomar algunos pelos del ombligo, los botones a reventar por la barriga, una corbata corta que quedaba levantada como una lanza amenazante, las rayitas ruyidas que tiene en los hombros de la camisa, una barba poblada que disimulaba el bigote desarreglado, los ojos quebrados en rojo llama, de noches sin dormir y el cabello en una especié de peinado en donde un mechón iba hacia delante tres hacia tras con un remolino en el medio,  dijo con voz tranquila pero amenazante  si no te gusta te puedo dejar aquí, el señor de contextura mediana con el pelo chorreado y los lentes de lado vio por la ventana, se sentó a abrazar a su mujer e hijo y dijo en una última exclamación ¡abusador¡, recibió otra mirada que lo hundió mas en su asiento. Los demás pasajeros veíamos el espectáculo como si eso sucediera en la pantalla del cine, aterrados sin querer gritar de horror para no dar sensación de miedo. Seguido de esto empezaron los más capaces a intentar buscar una entrada de aire soltaron algunos tornillos, las ventanas comenzaron a ventilar, mas sin embargo estaba garuando y la lluvia parecía ser mas molesta que el calor, así que decidimos cerrar un poco las ventanas, cuando de pronto reventó a llorar un niño hambriento, fastidiado por el calor, sin contar la transpiración del hombre que iba a mi lado que sobrepasaba mi contextura en varios kilos, parecía respirar con dificultad pero no tenia impedimento para quedarse dormido dejando que su masa corporal, se desparramara invadiendo mi espacio. Pude estar tranquilo calmado haciendo algunos ejercicios de relajación, recordé que había llevado mi equipo portátil de música, cuando sonó la primera canción me dispuse a cantar para mis adentros, pero se acabo la batería y mi molesto compañero comenzó a roncar. La parada fue a las tres me baje casi con un ataque de nervios no soportaba las ganas de tomar la carretera y correr llorando hasta Caracas,  pero me supe calmar diciendo que todo pasaría, recuerdo haber leído en algún lado una frase que decía “hasta la noche más oscura termina con la salida del sol”, cuando sonó la corneta para abordar de nuevo, sentí que la arepa que me había comido se me subió hasta la garganta, la volví a bajar subiendo  al bus, el compañero no había bajado, aprovechando mi descuido para tomar unos centímetros más de mi asiento, cuando me senté, sentí el filo del asiento en la mitad de la única nalga que cavia, inicie una batalla silenciosa, basada en empujones y conquista, logre tomar un poco de territorio pudiendo dormir, a las ocho de la mañana nos ordenaron bajar porque debían montar el bus en una chalana para pasar el rio, pensé esto debe ser el fin del mundo.
Llegue a Puerto Ayacucho tuve que llamar a mi jefe para que me diera el nombre del pueblo,  tome un taxi y estuve allá al medio día, busque una posada donde comí y me duche, decidí esperar al otro día para empezar el trabajo. Al amanecer ya con nuevas fuerzas pero aun traumado  por el viaje, busque la agropecuaria pero nadie sabía dónde estaba. Llame al dueño y me dijo que me iría a buscar, que saldría en la mañana del siguiente día, para estar a eso de las seis de la tarde en Samariapo, sus palabras me taladraron en la mente Dios mío para donde iba yo.
Colgué, me fui a tomar varios cafés, nervioso por mi destino fume un cigarrillo. Fui a mi aposento para  descansar esperando las seis de la tarde del siguiente día. La puntualidad seria una de las mejores características del señor Gervasio, quien con su sombrero y ropita singular de llanero me enseñaría cosas que no se aprenden viajando en el metro entre Capitolio y Sabana Grande.
Llegados a la agropecuaria me inmiscuí en mi trabajo verifique cada uno de mis trabajadores, siendo minucioso en los detalles,  números de cuenta, últimos depósitos hechos por la empresa, en qué condiciones estaban las armas, debía permanecer allí por tres meses, en ese tiempo aprendí a pescar con nylon solamente, supe que la carne salada puede durar sin refrigeración mucho tiempo, me sorprendí al constatar que la vida sin electricidad sigue y que aun bajo la lluvia mas inclemente se podía seguir trabajando en el campo sin más motivación que no perder una siembra.
Un día viendo como vacunaban el ganado se me ocurrió empezar a escribir lo que veía dándome después cuenta que tenía cierta facilidad para narrar lo que veía, una noche imagine una situación e hice un cuento, comencé a escribir de manera imparable por varios días con otras tantas noches al llegar el momento de regresarme me despedí con mucho sentimiento del señor Gervasio y de mis trabajadores que durante esos meses lograron unirme fuertemente a su grupo. Una vez en Caracas le di mis escritos a un buen amigo para que los revisara.
Carlos se quedo asombrado y me dijo que solo le faltaban algunos detalles, que los podría publicar. La idea me ilusiono, estuve dedicado a eso por varias semanas,  hasta que al fin seis meses después, publique mi primer libro, se vendió, dio una suma considerable partiendo del principio que no la esperaba. Contando con treinta años, la vanidad ahogó mis sentimientos llegue al trabajo le regale un ejemplar al señor Francisco, debajo del libro mi carta de renuncia, este vio el libro se alegro muchísimo pero cuando leyó la carta se noto seriamente afectado, trato de decirme que me quedara, que tendría tiempo para dedicarme a la escritura, pero le dije con aires de gran escritor he descubierto mi verdadera vocación.
Luego de un año el hambre me obligo a escribir, no conseguía inspiración en nada pero la experiencia del primer libro me había dado los elementos para crear otro, lo logre edite un segundo libro, continuando así por varios años, cumpliendo entre uno y otro compromiso literario, pero cada día las palabras eran más difíciles para escribirlas y el sentarme a trabajar me ofuscaba.
Hasta que un día pensando en lo que había sido mi vida luego de escribir el primer libro, casarme y tener tres hermosos hijos, se me había ido la inspiración, me encontraba en un abismos, ahora de que viviría si no tenia palabras para plasmar, caí en un fuerte desespero, me dieron muchas ganas de llorar, estaba impotente. Salí a caminar, decidí volver al inicio de todo. Samariapo donde empezó la inspiración, estaba decidido.
 Me despedí de mi mujer e hijos, diciéndoles que necesitaba ir a un sitio muy importante para mí y que les iría dando cuenta de  mí por teléfono.
 Hice el mismo procedimiento que hace diez años con la diferencia que estaba vez debí pagar para que me llevaran hasta  la agropecuaria.
 Cuando el señor Gervasio me vio llegar me dijo con aire de tranquilidad:
- Lo estaba esperando mijo.
Esto me asusto, pero por aquellos lados aun se escuchan las animas hablando y los llaneros comen chimo para aguantar cualquier susto que en una noche de copas le haga un espanto, cosa que no sucede ya en nuestra amada Caracas.
Guinde mi hamaca  y comencé a buscar el yo de hace unos años atrás, mientras que estaba en esa búsqueda comencé a ayudar en los que aceres del día, me gusto el trabajo, adaptándome rápidamente, inexplicablemente para mi comencé a escribir, las palabras, las oraciones, párrafos completos salían de mi sin parar, el señor Gervasio me mandaba a retirar a las tres cuando a ellos aún le quedaban dos horas de trabajo para que fuera a escribir, cuando complete el libro se lo enseñe a mi entrañable amigo que se había vuelto un tutor.
 Me dijo:
- Yo no sé leer,  pero si se del alma y usted no debió dejar su trabajo para escribir, sus palabras vienen del día a día,  porque el que no ha vivido no puede enseñar y por eso usted no podía escribir. Hay dos formas de vivir como lo hacemos nosotros, observando nada más nuestro trabajo y el acontecer diario o como lo soñadores. He ahí la diferencia entre una historia  y un cuento.
Estas palabras que salían de un llanero recio que nunca había estudiado,  llevaban en ellas la esencia de una filosofía de vida,  me despedí por segunda vez de mi maestro, llegando a caracas con un nuevo ¡yo!, que aprendió que para escribir hay que vivir y que no se puede enseñar sin aprender.
Desde ese entonces busque trabajo en un editorial leyendo libros de otros escritores,  dedique muchos fines de semana a pasear con mi familia, en vacaciones preparaba un largo viaje, de esta manera acumulaba los conocimientos para mi mayor pasión escribir.
Para estos tiempos a mis sesenta y cinco años aun trabajo, salgo a fiestas y comparto con muchas personas para tener siempre viva la alegría de vivir y tener algo que enseñar.

1 comentario:

  1. Excelente!!! cosas vividas mezcladas con la magia de la imaginación!!

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